Lo de Valencia me duele. Mi madre era valenciana, tengo mucha familia materna en Valencia, estudié Económicas en la Universidad de Valencia y mi primer trabajo asalariado en prensa fue en «Diario de Valencia», donde el 23 de febrero de 1981 me sorprendió el golpe de Estado de Milans del Bosch. Hay una Valencia fantástica: emprendedora, liberal en el buen y viejo sentido de la palabra, tolerante, abierta desde siempre al mundo, culta, divertida a más no poder, sabiamente gozosa. Y hay otra, la que encarnan ahora sus gobernantes, que no me gusta nada: populista, chulesca, con modos de nuevo rico, corrupta, falsamente beata. Esta segunda Valencia está convirtiendo la comunidad en algo parecido a una gran Marbella o una pequeña Italia.
La primera Valencia es mayoritaria socialmente; la segunda domina políticamente desde hace ya bastante tiempo. Ahí hay un problema, sin duda. Los progresistas valencianos -liberales o socialdemócratas- llevan mucho tiempo haciéndolo fatal. Pero el que esta segunda Valencia, la de Camps, Costa y las tramas corruptas, gane los elecciones no me parece el menor eximente de sus muchas culpas, también las ganan Hugo Chávez en Venezuela y Silvio Berlusconi en Italia… y también las ganaba Jesús Gil en Marbella.