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Tánger, la andaluza / Sobre Tánger para Diálogo Mediterráneo / Marruecos


Diálogo Mediterráneo, Número 50, Mayo 2009


Tánger, la andaluza

 

JAVIER VALENZUELA

 

Si en Marrakech están los cimientos que anclan a Marruecos en África, en Tánger está el balcón que abre ese país a Europa y América. Por eso Marruecos necesita hoy más que nunca a Tánger, porque sus múltiples, amplias y hermosas estancias aún están llenas de excesivo polvo, de numerosas telarañas, de oxígeno empobrecido. Es un secreto a voces que los marroquíes necesitan vigorosas corrientes de aire fresco que, sin derrumbar la mansión -más sólida, por lo demás, que muchas de sus vecinas en el continente africano y el mundo árabigo-musulmán-, les permitan respirar más desahogadamente. Estoy hablando, por supuesto, de democracia, de empleo, de equidad social y de limpieza en la gestión de los asuntos públicos.

 

Ahora bien, el mundo, y muy en particular España, también necesita a Tánger. Una de las grandes lecciones de lo que llevamos de siglo XXI es que la libertad, la prosperidad y la seguridad en Europa y América dependen en buena medida de que Marruecos, el Magreb, África y el universo musulmán también dispongan de unos mínimos razonables de libertad, prosperidad y seguridad. Y como en tantas ocasiones en el pasado, Tánger es un balcón privilegiado para la entrada en las tierras del sur de ideas, personas, inventos, mercancías, tendencias, proyectos, sueños e inversiones.

 

La buena noticia es que, a diferencia de los tiempos de Hassan II, que castigó a Tánger con su soberana indiferencia cuando no manifiesto desprecio, las elites que ahora gobiernan Marruecos, empezando por el rey Mohamed VI, parecen conscientes de la importancia estratégica que esa ciudad tiene para el conjunto de su país. De ahí que la urbe fundada por Anteo y los territorios de alrededor lleven unos cuantos años en permanente estado de obras. En cuanto al regreso de una presencia importante de europeos a Tánger, tanto en busca de descanso o inspiración como en calidad de empresarios o cooperantes, atestigua la renovación de un compromiso histórico.


Así que fue una pena que Tánger no resultara elegida como sede de la Exposición Universal del año 2012. Como percibieron muchos marroquíes –y también el grupo de españoles que les apoyó en ese empeño-, la celebración de tal evento en Tánger hubiera sido más positiva para el diálogo de civilizaciones que cientos de conferencias académicas y cumbres políticas. De hecho, la candidatura tangerina se presentaba con un lema que no podía ser más explícito: «Rutas del mundo, encuentro de culturas. Por un mundo unido». El fantasma de ese gran viajero que fue el tangerino Ibn Battuta debió removerse de alborozo en su tumba.

 

Otra vez será. Entretanto, el objetivo español sigue siendo el establecido en los años ochenta del siglo XIX por la Sociedad Geográfica de Madrid: ni Pirineos ni Estrecho. Si lo primero, con la pertenencia de España a la Unión Europea y su mutuamente provechosa alianza con Francia, es un hecho, lo segundo aún deja que desear. No es culpa, cabe decir, ni de este Gobierno, ni de las empresas instaladas en el país magrebí, ni, mucho menos, de los españoles comprometidos con la causa de la amistad entre las dos riberas del Estrecho de Gibraltar, no pocos de ellos instalados en Tánger o visitantes asiduos de la ciudad.


De Tánger, de sus especificidades geográficas, culturales y humanas, de su período de ciudad internacional y su posterior decadencia, se ha dicho todo o casi todo. O tal vez no. Pariente de las antaño grandes ciudades cosmopolitas del Mediterráneo musulmán (Alejandría, Beirut, Estambul), Tánger, por su situación entre ese mar y el océano Mediterráneo, ha tenido, y tiene, una dimensión peculiar: la americana. Ya a comienzos del siglo XX, un presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, se interesaba por sus asuntos políticos con el célebre: «Quiero a Perdicaris vivo o a Raisuni muerto». Desde entonces, la lista de americanos relacionados con Tánger es enorme, incluyendo escritores como Paul Bowles, William Burroughs, Truman Capote, Tennessee Williams y Jack Kerouac y millonarios como Barbara Hutton y Malcom Forbes.

Así que mediterránea y atlántica a la vez, encrucijada feraz entre el sur y el norte (África y Europea), y entre el este y el oeste (Asia y América), Tánger es, definitivamente, una ciudad andaluza. Como Granada, como Sevilla, como Cádiz. Y al decir esto, no estoy pensando, faltaría más, en ninguna ampliación de la Comunidad Autónoma de Andalucía al norte de Marruecos. No, ese ser andaluz en el que pienso no es político ni administrativo; tampoco racial o religioso. Es cultural, entendiendo cultura como una forma de vivir lo grande y lo pequeño, de vivir en el barrio y en el mundo.

 

Ese ser andaluz ni tan siquiera es lingüístico. Puede expresarse en castellano, francés, inglés, italiano, portugués, árabe, bereber o jaquetía, hablas todas ellas, por cierto, utilizadas en Tánger. Por mucho que sorprenda esta afirmación, el plurilingüismo es algo muy andaluz. Como lo es la pluralidad de estirpes: fenicios, latinos, bereberes, árabes, judíos, africanos, godos, anglosajones… La pureza racial, nacional o religiosa con la que sueñan los locos más peligrosos del planeta está en las antípodas de lo andaluz.

 

El periodista Eduardo Haro Tecglen, que conoció el cenit y el crepúsculo del Tánger cosmopolita, tenía una definición fantástica para la ciudad: decía que es «un estado de ánimo». Pues sí, un estado de ánimo para vivir la vida con gusto, con calma, con humor. Para vivirla con la mente curiosa, el corazón abierto y el cuerpo gozoso. Para procurar embellecer cualquier lugar y cualquier momento. Un estado de ánimo pleno de liberalidad y estética.


Cabe precisar que lo andaluz de Tánger o de sus hermanas del norte del Estrecho tampoco es meramente lo andalusí. Es evidente que el rico legado de Al Andalus es una parte sustancial de lo andaluz, pero lo andaluz es más, bastante más, que ese legado, no en vano han pasado cinco siglos. En este sentido, puede decirse que la medina de Fez es maravillosamente andalusí, un auténtico viaje al pasado común, mientras que Tánger, en sus zocos y en sus barrios modernos, es contemporáneamente andaluza. Por Tánger, como por Jérez o Málaga, han pasado, y dejado una intensa huella, muchos ingleses, franceses, alemanes y americanos desde que Boabdil fuera destronado.

 

En «Rostros, amores, maldiciones», su última obra, Mohamed Chukri escribió: «Tenía un amigo que opinaba que aquel que no supiese soñar su vida debía venir a Tánger». Es un consejo excelente. Sirve para lo personal –Tánger te hacer soñar que allí es posible comenzar una nueva vida- y sirve para lo colectivo –la superación del Estrecho tendría que ser el sueño común de marroquíes y españoles-. Y es que, en la región del mundo que nos ha tocado habitar, el siglo XXI será andaluz o no será.

 

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