Produce tristeza que la aventura que Mariano Rajoy emprendió en marzo del pasado año, al decidir seguir al frente del PP pese a dos derrotas electorales consecutivas, haya terminado con un nuevo recurso a las teorías conspirativas. Teorías servidas, cómo no, por una portada del diario de Pedro J. Ramírez.
Resulta que los tres cánceres que ahora minan al PP –luchas por el poder, espionaje y corrupción- no existen o son insignificantes ante el descubrimiento de una supuesta conjura contra esa formación conservadora en la que participarían el Gobierno de Zapatero, la fiscalía general del Estado, el juez Garzón, la Policía Judicial y numerosos medios de comunicación públicos y privados.
Según el clavo ardiente ofrecido por Pedro J. al que se han agarrado Rajoy y los suyos, la prueba de la existencia de tal conspiración es que el juez Garzón y el ministro Bermejo participaran el pasado fin de semana en una cacería por tierras de Jaén. Un «evento» –ahora gusta mucho esa palabra, como también latiguillos baratos tipo «icono» o «emblemático»- organizado por un dirigente local del PP y en el que participaron varias decenas de personas.
Aborrezco la caza y no soy un entusiasta de Garzón ni tampoco de Bermejo. Yo jamás hubiera ido a esa (ni a ninguna otra) montería, pero de haberlo hecho y haber estado en la posición del ministro o el juez, hubiera regresado a Madrid de inmediato por aquello de que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino también parecerlo.
Aclarado esto, me resulta completamente inverosímil que dos personajes públicos escojan como escenario de una conjura un acto tan masivo y, en consecuencia, tan al alcance de cualquier periodista, y que, además, contaba con la presencia de militantes del partido supuestamente afectado.
Esta forma de ver las cosas me recuerda mucho a aquello de sustentar la autoría de ETA en el 11-M en el hallazgo de una casete de la Orquesta Mondragón en una furgoneta o de ácido bórico en un piso. O sea, un nivel de razonamiento propio de una película de los Hermanos Marx. Aunque sin la menor gracia.
Pero está demostrado que las teorías conspiro-paranoicas unen como una piña a los fundamentalistas de una causa. Cuando las cosas van mal, qué mejor truco para movilizar a los más descerebrados de tu campo que atribuirlas a la acción oscura de fuerzas exteriores. Eso está inventado hace cientos de años, y de ahí, por cierto, surgieron, entre otros horrores, los pogromos antisemitas, el affaire Dreyffus, los Protocolos de los Sabios de Sion y el Holocausto. A los que procuramos conservar una cierta capacidad de raciocinio nos repugna este recurso.
Pero hay más: las teorías conspirativas no resuelven las enfermedades. El PP tiene un ejemplo muy reciente. No cabe duda de que las patrañas sobre ETA y el 11-M mantuvieron al electorado de la derecha muy movilizado en la legislatura 2004-2008, pero el resultado final fue que Rajoy volvió a perder. Tales engañifas no explicaban lo esencial: por qué un PP escorado hacia lo más neocon de los mercados carpertovetónico e internacional daba miedo, mucho miedo a 14 millones de electores.
Ayer, miércoles 11 de febrero, Rajoy, rodeado de todos los jefes del PP, arrojó la toalla de su tibio intento de alejar al PP lo más posible de la broncosa zona de la derecha extrema política y mediática y acercarlo a posiciones más sensatas, constructivas y centristas. Esta parecía la principal razón de ser de su empeño en seguir al frente del PP tras su segunda derrota, la de marzo de 2008. De hecho, apartó con habilidades más o menos gallegas a extremistas como Zaplana, Acebes y María San Gil, en lo que parecía el inicio de un proceso de «desaznarización» del PP (tan necesario como la «desfelipización» que hizo el PSOE tras la derrota de 1996 y los cuatro años de confusión interna que le siguieron). Sabido es que el mero hecho de intentarlo le valió a Rajoy una feroz y permanente oposición de Esperanza Aguirre, autoproclamada «lideresa» de las viejas esencias, y sus aliados políticos y mediáticos.
Rajoy, de manifiesta personalidad débil y vacilante, no dió en su momento el puñetazo sobre la mesa que la situación requería y empezaron así a crecerle los enanos. Los últimos -y en el fondo relacionados- escándalos de luchas por el poder conservador en Madrid, espionaje o espionajes desde/por/para/en la Puerta del Sol y corrupciones diversas a lo Torrente en Marbella, le han llevado nuevamente a lo más fácil: el prietas las filas y Viva Numancia.
Ya puestos, quien ha estado muy oportuna -y coherente- ha sido Ana Botella al pedir que lo suyo es reivindicar por completo la figura y la obra de Aznar.
España, entretanto, carece de esa oposición crítica a la par que constructiva que la grave crisis económica requiere. Y eso es muy triste.
PS. Ya dije antes que Garzón no es, ni ha sido nunca, mi juez favorito. Lo llamativo es que hoy le insulten -llegándolo incluso a comparar con ETA, como ha hecho el alcalde del PP de Valladolid- aquellos que lo trataron como un héroe cuando destapó los GAL -¡ay, cuántos sumarios se filtraron en aquella época para contento de el PP y «El Mundo»!- o emprendió la lucha por la ilegalización del universo batasunero. Cosas veredes…