Se irán de rositas, empiezo a barruntarlo. Un defecto de forma aquí, un legajo traspapelado allá, un plazo vencido acullá… y casos cerrados.
Y a seguir disfrutando del chalé, el yate, el abono al campo de golf, la SL, la cuentecita en la isla caribeña… Y por supuesto, a seguir revalidando o hasta ampliando las mayorías absolutas. ¿A cuántos de sus electores les preocupa la honradez cuando lo que está en juego, como siempre desde los tiempos de Viriato, es la sagrada unidad de la patria?
Lo dicen ellos mismos: esto terminará en nada. Muy probablemente, ya te digo. Cuentan con buenos abogados, muchos amigos en los tribunales y un ejército de propagandistas en los medios. Y a acosar y amedrentar a los que se cruzan en su camino no les gana nadie.
Aquí sólo pagan los pringaos. Como ese hombre al que le acaban de meter un año de trullo por robar media barra de pan. Los pringaos de siempre: los pobres, los asalariados, los ilustrados, los rojos como Bermejo, los honrados, los judíos, los moros, los gitanos…
Qué razón tenía aquel prohombre: si hablamos de lo esencial, todo lo dejó atado y bien atado.
A los especuladores, cardenales, pijos, telebasureros, marquesas, mangantes y togados que manejan el cotarro sólo les falta el advenimiento del Berlusconi patrio para que, hoy como ayer, España siga el sendero de Italia.