BABELIA, EL PAÍS, CRÍTICA: LIBROS – Ensayo
Y las teorías de Lakoff se encarnaron en Obama
JAVIER VALENZUELA, 24 de Enero de 2009 / Babelia / El País
En el verano de 2004 subió a la tribuna de la Convención Demócrata de Boston un telonero que hablaba de grandes valores y no desgranaba las ofertas del programa electoral de su partido, que usaba metáforas comprensibles y huía de los eufemismos burocráticos, que transmitía empatía y no distanciamiento. Para George Lakoff fue una epifanía. Aleluya, se dijo, aquel joven político afroamericano hacía lo que los conservadores llevaban lustros practicando en Estados Unidos y Europa, y lo que, salvo excepciones, soslayaban sus rivales progresistas. Y así les iba de bien a los primeros, que desde la época de Reagan y Thatcher dominaban la agenda política e ideológica, y de mal a los segundos, que jugaban a la defensiva, siempre en terreno contrario. A partir de entonces, Lakoff, catedrático de Lingüística de la Universidad de Berkeley (California), empezó a citar a Barack Obama como ejemplo viviente de lo que él proponía en sus libros y sus trabajos para el Rockridge Institute, uno de los pocos think tank progresistas de Estados Unidos. «No sé si Obama me ha leído o no, pero eso da igual», decía. «Lo relevante es que, tal vez de modo instintivo, sabe lo que hay que hacer».
Lakoff empezó a ser conocido en España en 2007, tras la publicación de su No pienses en un elefante. En ese libro explicaba por qué la derecha -urbi et orbi- llevaba años consiguiendo que sus temas (libre mercado, reducción de impuestos, lucha contra el terrorismo, familia tradicional, religiosidad, nacionalismo…) dominaran las agendas informativas y electorales. Era, según Lakoff, porque había hecho un enorme trabajo para presentarlos en paquetes atractivos. La llamada revolución neoconservadora -en realidad, la contrarreforma de los avances liberadores de los años sesenta y setenta del siglo XX- dominaba el mensaje y el medio.
En Puntos de reflexión. Manual del progresista, Lakoff camina por la misma dirección. El lingüista californiano detalla ahí cómo Richard Wirthlin, asesor electoral de Reagan, hizo en 1980 un descubrimiento que cambió la política estadounidense y, en gran medida, la mundial. Las encuestas que manejaba le decían que mucha gente que no estaba de acuerdo con determinados aspectos del programa de Reagan pensaba, no obstante, votarle. Perplejo, Wirthlin estudió el fenómeno y descubrió que a esa gente lo que le gustaba de Reagan era que hablaba de valores. Y, además, de modo comprensible y transmitiendo una gran impresión de autenticidad, de pensar lo que decía.
Renació así la cosmovisión conservadora. Pero no sin que la derecha estadounidense se gastara millones de dólares en construir poderosos think tank como la Heritage Foundation, donde se acuñaron las viejas ideas en nuevos formatos y donde fueron entrenados para hablar en radio y televisión cientos de intelectuales y comunicadores neocon. Y es que, para Lakoff, uno de los elementos centrales de la contrarreforma conservadora ha sido su «uso magistral de la comunicación», basado en «trabajos muy serios sobre psicología y lingüística».
La clave, según Lakoff, está en «saber enmarcar el debate». El lingüista suele citar dos muestras de cómo los neocon supieron establecer «los marcos del debate»: llamaron «guerra contra el terror» a la invasión de Irak y «alivio fiscal» a su rebaja de impuestos a los ricos, de modo que quien se oponía a lo primero resultaba sospechoso de simpatizar con el terrorismo y quien protestaba por lo segundo aparecía como alguien deseoso de subirles a todos los impuestos.
Regordete, de piel sonrosada y cabello y barba canosos, con gafas redondeadas, Lakoff parece uno de esos sabios que Spielberg suele sacar en sus películas. En Puntos de reflexión insiste en que, mientras los conservadores tomaban la iniciativa, los progresistas dejaron de proponer sus principios y valores, abandonaron el terreno de lo moral, lo simbólico y lo emocional, y asumieron la agenda del contrario, aunque fuera para refutarla, convirtiéndose así en sus propagandistas inconscientes. Acomplejados política e ideológicamente, obsesionados por ser buenos gestores del corto plazo, hablaban como tecnócratas, ofrecían meras «listas de la compra» electorales, evitaban jugar por la izquierda y se presentaban como centristas. Lakoff se desesperaba. «Los progresistas», decía, «tienen que comunicar progresismo, sea cual sea el tema que se saque a colación; deben hablar desde sus propios marcos conceptuales».
Y entonces apareció Obama. Lakoff sólo tiene elogios para el presidente de EE UU. «Obama ha liderado la gran derrota electoral de una derecha extremista y autoritaria que ha pisoteado los valores estadounidenses. Éstos son progresistas y Obama ha sabido recordarlo: la empatía, la celebración de la diversidad, la solidaridad, la responsabilidad común. Ese juntos podemos conseguir más libertad, más igualdad, más prosperidad». La campaña del afroamericano ya le parecía modélica mucho antes de que terminara siendo ganadora. «Obama», dice, «comprendió por qué Reagan ganó en 1980: la gente no vota tanto basándose en detalles programáticos como en algo más profundo como son tus valores. ¿Dices lo que piensas? ¿Podemos confiar en ti? ¿Sabes comunicarte con nosotros? ¿Nos identificamos contigo? Ésas son las grandes preguntas de los electores. Y Obama siempre caminó por esa senda. Además», añade Lakoff, «es un orador muy elegante y un gran narrador de historias, y la gente entiende mejor lo que dices cuando se lo cuentas como una historia».
Lakoff afirma que el objetivo de Puntos de reflexión es «ayudar a expresar con palabras lo que piensan y sienten los progresistas». ¿Y qué piensan y sienten cuando no adoptan los marcos de los conservadores? «Básicamente», responde, «que un mundo mejor, en el sentido de más libre y más justo, siempre es posible».
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