La cruzada del PP -básicamente el madrileño de Esperanza Aguirre- contra el alcalde de Getafe por aquello del «tontos de los cojones» fue hipócrita y desmesurada desde el principio. Ahora, con su presidente Manuel Fraga, instando a «colgar» a los nacionalistas, es obscena y escandalosa. Como lo es la persistencia del acoso a Joan Tardá por su «Muerte al Borbón».
Desear la muerte a cualquiera, lo he escrito aquí mismo, es una barbaridad, y al pronunciar tal exabrupto Tardá demostró lo bruto que es e hizo un flaco servicio a las muy legítimas ideas republicanas. Pero Manuel Fraga, que fue miembro de gobiernos franquistas que fusilaron a opositores políticos, ha ido muchísimo más lejos al detallar el método concreto de ejecución, la horca, que él propone para los que no comparten sus visión de España.
He escuchado varias veces al alcalde de Getafe pedir perdón por su lamentable comentario. Pero no he escuchado aún a Esperanza Aguirre hacerlo por el «miserables y bellacos» dirigido a los que criticamos su rápida salida de Bombay para montar un show mediático en Madrid, dejando atrás a buena parte de la delegación que ella dirigía. Tampoco a Carlos Fabra por asegurar que si le toca la lotería se sacará «la pirula» e irá a «mear» a una sede de IU. Ni a Mariano Rajoy por afirmar que la fiesta nacional del 12 de Octubre es un «coñazo» y el presidente del Gobierno un «bobo solemne», amén de destructor de España, cómplice de los terroristas y enemigo de las víctimas. Ni a Ana Mato por llamar «analfabetos» a los niños andaluces. Y no sigo porque la lista de tropelías verbales pronunciadas por dirigentes conservadores en los últimos tiempos llena un Espasa.
El PP debería obligar a todos sus dirigentes a superar un cursillo de civismo y urbanidad. Eso les resultaría mucho más util que esos congresos sobre cómo acabar con el espíritu de Mayo del 68.