Esta mañana, Juan Ramón Lucas nos ha solicitado a los contertulios de su programa «En días como hoy», de RNE, una reacción a la noticia de la detención, en el sur de Francia, de Txeroki, el líder de ETA. Éstas son las ideas que me han venido de inmediato a la cabeza:
1.- ETA no se reforzó durante la tregua de 2006, en contra de lo que ladraron hasta el hastío tantos políticos y periodistas. Los hechos son clamorosos: los fallos de esa organización y las detenciones de sus miembros se han acelerado desde entonces.
2.- Fue el Estado democrático el que ganó músculo con esa tregua. Política y moralmente, al mostrar su disposición al diálogo en las condiciones aprobadas por el Parlamento español, y desde el punto de vista operativo, al mejorar de modo ahora ostensible su conocimiento sobre los entresijos de ETA. Vuelvo a remitirme a los hechos.
3.- Al romper la tregua con el atentado de la T-4, ETA cometió un crimen abominable y un error estratégico monumental. Era su última oportunidad de conseguir una rendición pactada. Hay ocasiones en que, aún teniendo la seguridad de la victoria, un bando puede aceptar, para evitar más bajas propias, la idea de llegar a un acuerdo sobre la rendición del contrario. Es lo que el Estado español (mejor dicho, sus sectores más inteligentes) ofrecía a ETA. Se trataba, básicamente, de que los terroristas consiguieran algunas mejoras administrativas en la situación de sus presos. ETA comprendió (así lo dijo la propia organización terrorista) que lo que se le proponía era la rendición y lo rechazó. Tremendo error que Txeroki y muchos otros van a pagar con largas estancias en la cárcel.
4.- ETA ha perdido su guerra. No le queda otra alternativa que anunciar de modo incondicional su disolución, a la par que informar de los lugares donde tiene guardados armas y explosivos. El que ETA pueda continuar matando no contradice esta afirmación: sus miembros y simpatizantes son como esos nazis que intentaron resistir hasta el último minuto en el búnker de Hitler cuando Alemania ya había sido aplastantemente derrotada.
5.- Francia, y en particular Sarkozy, colaboran con absoluta lealtad con la democracia española. Lo hicieron antes, durante y después de la tregua. ¿Cuál es el precio a pagar?, se preguntan los que siempre ven el mundo con las lentes de la mezquindad. Ninguno. En la tertulia de RNE, Enric Hernández, de «El Periódico», ha observado con acierto que «no hay deudas entre democracias». España y Francia son aliados estratégicos, tanto su relación bilateral como su visión europeísta compartida son de mutuo interés nacional. Felipe González comprendió perfectamente que, en la escena internacional, los primeros socios de España son Francia y Alemania, el corazón de lo que los fracasados neocon llamaban la «vieja Europa». Aznar se equivocó espectacularmente al cambiar el eje prioritario de la política internacional española y sustituirlo por una relación de práctico vasallaje con el Estados Unidos de Bush. Zapatero hizo muy bien al volver a poner las cosas en su sitio.
PS. España ha estado presente en la cumbre del G-Veintitantos de Washingon y no ha sido gracias a Castro y Chávez. No por repetida mil veces (y asumida por tantos, incluidos algunos que deberían tener mejor juicio) una mentira se convierte en verdad. Zapatero ha estado en Washington merced a las excelentes relaciones actuales de España con Francia, Alemania, Reino Unido, Brasil, Argentina, México y Turquía, entre otros, y a los lazos existentes con Rusia y China. En los últimos cinco años, Zapatero ha acertado al tejer esa red y apostar por tres cosas: 1.- España tiene prioridades e intereses nacionales: Europa, Iberoamérica y el Mediterráneo. 2.- El mundo del siglo XXI es multipolar, ningún imperio puede decidir en solitario por todos los demás. 3.- El Estados Unidos neocon de Bush terminaría siendo rechazado por los propios norteamericanos.
Zapatero ya ha pisado la Casa Blanca, mal que le pese al que todavía es su inquilino, y todo parece indicar que puede tener una excelente relación con Obama, y eso después de haberse ganado importantes complicidades en París, Berlín, Londres, Brasilia y otras capitales. No está nada mal para alguien que, según un mantra estúpido, sólo se reunía con Castro (al que nunca ha visto, por cierto) y Chávez.