Marruecos celebra el próximo viernes, 7 de septiembre, elecciones legislativas. Según los periodistas y analistas españoles que ya están siguiendo estos comicios sobre el terreno, cabe destacar tres elementos: 1.- La campaña se desarrolla en niveles democráticos razonables. 2.- La participación puede ser baja y la abstención alta, particularmente entre los jóvenes. 3.- Todo el mundo espera un importante avance de los islamistas moderados del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD).
En un correo electrónico enviado desde Rabat, el arabista Bernabé López García me cuenta que el otro día contempló una manifestación de trescientos izquierdistas que se pasaron dos horas delante del Parlamento marroquí pidiendo el boicot a las elecciones, sin que en ningún momento les molestara la policía. Sirva este ejemplo para recordar que Marruecos no es la Siria dictatorial de la familia Assad, ni tan siquiera el Túnez altamente autoritario de Ben Alí. Hassan II ya abrió algo la mano en la última etapa de su reinado y su hijo, Mohamed VI, lo hizo aún más en su primer período en el trono de los alauitas.
En Marruecos hay partidos políticos, organizaciones independientes de defensa de los derechos humanos y una relativa libertad de prensa. Está claro que el monarca y el majzén (el secular aparato del Estado marroquí) detentan con firmeza las riendas del poder y que las libertades son consentidas hasta ciertos límites. Pero también es cierto que se respira más abiertamente que en muchos otros lugares del mundo árabe y musulmán. Nada que ver, insisto, con el extinto Irak de Sadam Hussein o, por mencionar ejemplos hispanos, con el Chile de Pinochet o la España de Franco.
El principal problema de los marroquíes no es tanto político, como social y económico, si es que cabe hacer tal distinción. Por decirlo de otro modo, el alto desempleo, las flagrantes desigualdades sociales y la elevada corrupción administrativa son los factores que empujan a tantos jóvenes –la mayoría de la población- a intentar emigrar al Norte o a abstenerse de votar en las legislativas.
Muchos jóvenes marroquíes sienten un profundo desencanto y hasta rechazo en relación a su clase política tradicional. Estos sentimientos no afectan sólo al majzén, sino también a los dos grandes partidos independientes que han protagonizado la historia del Marruecos contemporáneo: el nacionalista Istiqlal y el socialista USFP. A estas formaciones se las ha terminado por ver como parte integrante del poder.
Y todo esto nos lleva a la alta probabilidad de que el PJD obtenga un excelente resultado en las legislativas del viernes. La clave está en que, como cuenta hoy Ignacio Cembrero en El País, el PJD es percibido como un partido de gente que dice lo que piensa, que es honesta en su vida privada y profesional y que desea combatir la corrupción y corregir las más sangrantes desigualdades sociales.
Estos son sistemáticamente los elementos que juegan a favor de los islamistas cada vez que se celebran elecciones más o menos libres en un país musulmán. Sean chiítas o sunitas, moderados o extremistas, los islamistas -es decir los que hacen del islam el principal componente de su ideario y programa políticos- son la fuerza que crea escuelas y ambulatorios en los barrios pobres, que da pensiones a las viudas y los huérfanos, que castiga duramente a los ladrones y los corruptos. Es lo que explica la popularidad de Hezbolá entre los chiítas del sur de Líbano o de Hamás entre los palestinos de Gaza.
Ahora bien, el PJD no es Hezbolá ni Hamás, que tienen un importante componente militar y hasta terrorista como fruto de su particular ubicación en el escenario de Oriente Próximo. El PJD afirma que desea participar en el juego político democrático y que sólo aplicará su programa, que incluye la conversión de la sharia (ley tradicional islámica) en la principal fuente de la legislación marroquí, si gana en las urnas. Por eso los periodistas solemos emplear para este tipo de islamistas el calificativo de “moderados”, a fin de distinguirlos de los que propugnan la conquista violenta del poder.
Al PJD no le molesta excesivamente que, salvando todas las distancias, se le compare con el AKP, el partido del presidente (Gul) y del primer ministro (Erdogan) de Turquía. Y como el AKP turco (que, por cierto, ha aplicado poco o nada su programa islamista y más bien está abriendo Turquía a la democracia y a Europa) afirma que, en términos europeos, lo suyo sería similar a los democristianos de países como Alemania e Italia. ¿Hay que fiarse? En el caso turco, repito, los resultados no están siendo malos y parecen confirmar la idea de que el islamismo político moderado puede ser una vía de acceso a la modernidad en algunos países del universo musulmán. ¿Pero se puede extrapolar esta por ahora buena experiencia al caso marroquí? Muchos demócratas marroquíes de intachable trayectoria lo dudan, y ahí está la amplia difusión que está teniendo el llamamiento del escritor Abdelatif Laabi contra “la marea oscurantista” que puede terminar anegando su país.
Reproduce este Blog a continuación el llamamiento de Abdelatif Laabi, publicado por el diario Al-Bayane el 30 de agosto. La traducción al castellano es de Bernabé López.
“Marruecos ha conocido a lo largo de los últimos años avances innegables en el camino de la opción democrática. Más allá de las diferencias de apreciación en cuanto a la amplitud y concreción de estas realizaciones y al papel más o menos determinante de los diferentes actores que han contribuido a hacerlas realidad, es obligatorio constatar que han cambiado a fondo el clima de nuestra vida política. El viento de libertad que sopla en nuestro país ha eliminado muchos tabúes que tenían encorsetado durante largo tiempo el debate nacional. Ha permitido la eclosión de una nueva conciencia ciudadana y favorecido de manera inusitada la iniciativa y la creatividad de la sociedad civil.
Pero hay un reverso de la medalla. Este impulso emancipador, portador de renovación, choca en su despliegue con vientos contrarios que soplan desde hace decenios y que toman hoy la forma de un tornado que amenaza los fundamentos humanistas del hogar marroquí. La arbitrariedad sin falla que ha confiscado el proyecto democrático en el pasado es sustituida ahora por una oleada oscurantista que quiere regir nuestra sociedad según un modelo aún más arcaico que tiene en su punto de mira todos los valores por los que el movimiento progresista ha combatido y consentido enormes sacrificios desde el alba de la independencia. Es así que, en el momento mismo en que entrevemos una luz al final del túnel, los sepultureros de la esperanza se activan para atascar la salida.
Es el momento para los demócratas de nuestro país de tomar la medida exacta de tal peligro, de los efectos perniciosos que ha provocado ya en el seno de amplias capas de la población, sin hablar de la duda que logra a veces sembrar en sus propias filas. No se trata ni de sobre evaluar ni de subestimar este peligro, sino de asumir resueltamente una tarea de salubridad pública consistente en reanimar la llama del combate democrático y de los valores que lo mantienen. Un combate que puede hacer frente y desarticular las olas del pesimismo, del catastrofismo y de las lamentaciones estériles alimentadas por los que tienen interés en presentar a Marruecos como un país que va marcha atrás en lugar de avanzar y que se preparan, basándose en este diagnóstico falaz, para llevarlo hacia el caos”.