El 21 de junio de 1989, el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró nula por anticonstitucional la prohibición de profanar la bandera norteamericana que entonces regía en 48 de los 50 miembros de la Unión. El Supremo proclamó que el principal valor constitucional de Estados Unidos es la libertad de expresión (amparada por la Primera Enmienda) y que, en consecuencia, el acto de quemar en público la bandera de las barras y estrellas con intención de manifestar una discrepancia política no podía ser objeto de persecución policial y/o judicial. La histórica sentencia es conocida como Texas versus Johnson.
En el verano de 1984, mientras se celebraba la Convención Nacional Republicana en Dallas (Tejas), el ciudadano Gregory Lee Johnson había liderado diversas manifestaciones callejeras contra la política del presidente Reagan en las que se habían quemado banderas norteamericanas al grito de «America, the red, white and blue, we spit on you» (América, la roja, blanca y azul (los colores de la enseña nacional), te escupimos). En función de las leyes vigentes en el Estado de la Estrella Solitaria, Johnson fue condenado por un tribunal tejano a un año de prisión y una multa de 2.000 dólares por mancillar la enseña nacional. Sin embargo, el máximo tribunal de apelación tejano anuló posteriormente esta condena señalando que los actos de Johnson estaban protegidos por la Primera Enmienda. La prohibición de la quema de la bandera nacional era anticonstitucional, según ese tribunal de apelación.
El polémico caso terminó en el Supremo de Estados Unidos, al que se le pidió que respondiera a esta pregunta: «¿Supone la profanación de la bandera de Estados Unidos, por el procedimiento de quemarla o por cualquier otro, una manifestación de la libertad de expresión protegida por la Primera Enmienda?». Bajo la presidencia del juez William Rehnquist, el Supremo respondió afirmativamente y precisó que la libertad de expresión no se limita tan sólo a la palabra o el texto, sino que se extiende a los gestos. La sentencia supuso la automática invalidación de las legislaciones entonces existentes en 48 Estados.
Ni que decir tiene que la derecha republicana ha vuelto a la carga una y otra vez con este asunto, intentando que el Congreso apruebe una ley específica que establezca que la profanación de la bandera es un delito federal. Pero con la misma tenacidad estos intentos han sido rechazados por el Supremo (véase la sentencia US versus Eichman de 1990) y por el mismísimo Congreso (la última vez fue el fracaso conservador de junio de 2007 en obtener la mayoría cualificada en el Senado).
Vayamos a España. En los últimos años, bajo el liderazgo de Aznar, la derecha española ha desarrollado una extraordinaria admiración por Estados Unidos, que ha rozado el vasallaje en situaciones como la guerra de Irak. El problema es que esa derecha tiende a confundir Estados Unidos con un presidente, Bush, una corriente ideológica, el fundamentalismo neocon, y el ala más derechista de un partido, el republicano. Estados Unidos, sin embargo, es mucho más que todo eso. La grandeza de Estados Unidos es su pluralidad (es absurdo reducir la voz norteamericana a lo que digan la Casa Blanca, Fox News y The Wall Street Journal), la existencia de instituciones democráticas sólidas e independientes (véanse las citadas sentencias del Supremo sobre el tema de la bandera) y una gran capacidad para empezar de nuevo (ahí está la espectacular derrota de Bush y los suyos en las legislativas de otoño de 2006).
Con un Pedro J. cada día más facha y casposo marcándole el rumbo, la derecha españolista quieren ahora convertir la obligatoriedad de la exhibición de la bandera nacional en el gran asunto patrio. Aparte del hecho obvio de que los españoles tenemos problemas muchísimo más graves y perentorios -incluyendo algunos que provocan cientos de muertes como la violencia machista, los accidentes laborales y los de tráfico, por no hablar de la doble amenaza terrorista-, no estaría mal que, puesto que se proclaman tan rendidos admiradores de Estados Unidos, los figurones de nuestra derecha política y mediática se leyeran la sentencia del caso Texas versus Johnson.
Menos ideología nacionalista y más auténtico espíritu liberal, sentido común y conocimiento del mundo, esto lo que están necesitando a gritos esos individuos que pretenden amargarnos el día desde la hora misma del desayuno.