¿Qué español dijo que sus compatriotas somos antiamericanos? Sí, lo han adivinado, es fácil: fue él, el Melenas, el Pulseras, el Que Bebe y Conduce, el del Trío de las Azores, el Inefable Aznar. Lo dijo en Washington, para hacerse valer más como perrillo faldero de esa calamidad, ese fracasado, ese tipo al que sus amigos albaneses le roban el reloj que se llama George W. Bush. Pero no, los españoles no somos antiamericanos. Lo corroboran todas las encuestas del CIS y Elcano. Los españoles sabemos perfectamente cuáles son nuestros intereses exteriores prioritarios –Europa, América Latina y el Magreb- y luego le concedemos su debida importancia a la relación con Estados Unidos. De ese país –lo dicen las encuestas y lo dice nuestra vida cotidiana- nos gustan un montón de cosas, empezando por el cine, la música, la literatura y las series de televisión. Lo que no nos gusta, en ocasiones, es su política exterior: Vietnam, Irak, ya saben. O tampoco elementos tan arcaicos de su vida doméstica como las armas y la pena de muerte.
Viene esto a cuento de que dos premios Príncipe de Asturias acaban de recaer sobre otros tantos grandes protagonistas de esa América que los españoles amamos: Al Gore y Bob Dylan. El primero, en la mejor tradición estadounidense del Fresh Start, se ha reiventado a si mismo como adalid mundial de la lucha contra el cambio climático; el segundo es, como bien ha dicho el jurado de los Príncipe de Asturias, uno de los más populares representantes de una generación norteamericana que luchó por un mundo mejor. Los dos encarnan la América optimista, emprendedora y liberal,la América que sólo le tiene miedo al miedo, la América que se alzó electoralmente el pasado otoño y le dio una sonora bofetada a Bush y su banda de pesimistas, fundamentalistas y belicistas neocon. Es la América de Jefferson, Lincoln, Roosevelt, Martin Luther King, Kennedy y Clinton, por citar tan sólo dirigentes políticos.
Hace un par de semanas, cuando Condoleezza Rice estuvo en Madrid y se dedicó a criticar una supuesta complicidad de nuestro Gobierno con el régimen castrista, Norman Birnbaum escribió en El País una breve carta al director en la que, con fina ironía, pedía ayuda a los lectores para recordar el nombre de aquel secretario de Estado norteamericano que, visitando la España de Franco, le reprochó valientemente al dictador sus violaciones sistemáticas de los derechos humanos y tuvo el gesto de reunirse con la oposición democrática al régimen nacionalcatólico. Ese secretario de Estado jamás existió, por supuesto.
A los españoles también nos gustan esos judíos norteamericanos sabios, cosmopolitas y bienhumorados como Norman Birnbaum… o como Woody Allen, al que queremos más que en su propio país y que estos días comienza el rodaje en Barcelona de su última película. ¡A ver si se enteran de una puñetera vez el gran Ansar y los Pocholos y Borjamaris de la diplomacia del barrio de Salamanca que repiten como loros el rollete de que los españoles y su Gobierno somos antiamericanos! Por cierto, chicos/as de la FAES, os recuerdo que eso de identificar a un dirigente con todo un pueblo y un país, de modo que si estás contra Bush estás contra Estados Unidos, es propio del pensamiento (¿?) totalitario. ¿Qué es eso de totalitarismo?, preguntará uno de la FAES. Pues lo de Hitler, Stalin y Franco, chaval.