ANÁLISIS/ DE LA TOMA DE BAGDAD RENACE LA «YIHAD»
JAVIER VALENZUELA, Madrid, 14 de mayo de 2003
En la última fase de la invasión de Irak, cuando los norteamericanos ya enfilaban Bagdad, el presidente egipcio Hosni Mubarak volvió a advertir: «Vamos a tener un centenar de Bin Laden». Pero Estados Unidos, emborrachado por su fácil victoria militar, siguió sin ver lo obvio: la existencia de una contradicción entre su aventura en Irak y la guerra contra el terrorismo islamista. El pasado lunes, Saad al Fagí, un disidente saudí exiliado en Londres, envió un artículo a The Guardian en el que insistía: «La invasión estadounidense de Irak ha sido un regalo para Bin Laden». Horas después, terroristas suicidas, probablemente vinculados a Al Qaeda, provocaban una matanza en el barrio de los residentes occidentales en Riad.
El reciente anuncio de la retirada de los aviones y los soldados uniformados de EE UU de la base Príncipe Sultán, en Arabia Saudí, llega tarde. La yihad internacional antiamericana ha encontrado nuevos argumentos -y sin duda nuevos reclutas- en la invasión de Irak. En el propio Irak, el fundamentalismo chií, emparentado con la República Islámica de Irán y el Hezbolá libanés, ya no cuenta con el freno brutal que suponía la dictadura laica de Sadam Husein. En el resto del mundo islámico, el discurso de Bin Laden según el cual Washington está en plena «cruzada antimusulmana y proisraelí» suena ahora más convincente, y, siguiendo el ejemplo palestino, se forjan alianzas entre los radicales del nacionalismo secular árabe y los yihadistas.
Arabia Saudí, la patria de Bin Laden y de muchos de los kamikazes del 11-S, es hoy uno de los eslabones más débiles de un Oriente Próximo marcado por la israelización de la política estadounidense y su corolario, la palestinización o libanización de las respuestas populares árabes y musulmanas. Al igual que en otros países de regímenes aliados de Washington como Egipto, Jordania y Marruecos, el antiamericanismo ya era intenso en Arabia Saudí antes de la invasión en Irak, a causa de la tolerancia de George W. Bush con la represión israelí de la segunda Intifada palestina. Ahora, tras la conquista de Bagdad, es febril.
La Casa de Saud, que durante medio siglo ha sostenido una alianza estrecha con Washington, está en la cuerda floja. La principal legitimidad de su poder es religiosa, la que procede de esa interpretación fundamentalista del islam llamado wahabismo. Desde la ortodoxia wahabista se alzó Bin Laden contra la presencia militar estadounidense -que data de la primera guerra contra Sadam, la de 1991- en el país que alberga los santos lugares musulmanes de La Meca y Medina. Y desde el wahabismo la mayoría de los ulemas saudíes pedía la salida de las tropas «infieles» de su tierra y condenaba la colaboración -discreta, meramente logística- del régimen de Riad en la invasión norteamericana de un país vecino y musulmán como Irak.
Con una economía deteriorada, muy lejos ya de los años dorados del maná petrolero, y mucho resentimiento contra Bush, los saudíes siguieron la guerra de Irak a través de Al Yazira y de los medios audiovisuales del Hezbolá libanés. Esto no aumentó la popularidad de Washington ni la de sus aliados en la Casa de Saud. «La entrada de los tanques de EE UU en Bagdad ha sido el acontecimiento más humillante para los árabes y los musulmanes desde 1967 [la guerra de los seis días]», escribe Saad al Fagí. Así que cuando se anunció la retirada de las tropas norteamericanas de Arabia Saudí los kamikazes que actuaron ayer en Riad ya se habían colocado los sudarios del martirio. La toma de Bagdad fue el final del régimen de Sadam, pero reverdeció la yihad.
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