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La policía mata a tiros al secuestrador de una escuela de París / Francia

La policía mata a tiros al secuestrador y libera a seis niñas y su maestra en una escuela de París

Eric Schmitt, una «bomba humana», disponía de una pistola y 21 cartuchos de dinamita

JAVIER VALENZUELA / París / 16 de mayo de 1993


El secuestrador había dicho: «Prefiero morir a ser capturado con vida». A las 7.30 de ayer, aprovechando que se había quedado traspuesto, un comando de la policía penetró en el aula donde todavía retenía como rehenes a seis niñitas y a su maestra y le mató de tres disparos en la cabeza. Las pequeñas no se dieron cuenta de nada: dormían a pierna suelta. Este final de una pesadilla que había durado 46 horas provocó un profundo alivio en Francia y el aplauso para el Gobierno.

El encapuchado secuestrador de la escuela Commandant Charcot, del barrio parisiense de Neuilly-sur-Seine, no jugaba de farol. Además de un revólver, tenía su busto rodeado con 21 cartuchos de dinamita que podía hacer detonar en cualquier momento. Era un pied noir, es decir un francés nacido en la Argelia colonial. Tenía 42 años y se llamaba Eric Schrnitt.

El pasado sábado, Schrnitt ya había hecho explotar una bomba en un aparcamiento de Neuilly. Un panfleto firmado «HB» reivindicó esa acción y anunció otra inminente que «hará temblar a toda Francia». Los documentos que transmitió a la policía durante el secuestro de los niños también estaban firmados con esas iniciales. Querían decir Human Bomb, la bomba humana.

Gilles Nakab, un psiquiatra que colaboró con la policía, declaró ayer que a través de sus comunicados orales y escritos el secuestrador dio pruebas de ser «un individuo frío, tranquilo, decidido y muy peligroso». Tan solo cuando se dirigía a los niños parecía diferente. Lo hacía en tono de broma, manteniendo la ficción del juego que había establecido la maestra. Schmitt había preparado «minuciosa y militarmente» su acción, según Charles Pasqua, ministro del Interior. Aguantaba despierto a base de anfetaminas y café.

Minutos después de la liberación de los rehenes, Edouard Balladur, el primer ministro, se presentó en la escuela. Fue acogido con vítores por las decenas de personas que habían pasado la noche en los alrededores declarándose voluntarias para reemplazar como rehenes a los niños. Balladur expresó los sentimientos que animaron ayer a sus compatriotas: «alivio», «felicidades a la policía» y «admiración por la maravillosa actitud de Laurence Dreyfus», la maestra de los pequeñitos. Dreyfus, nombrada ayer dama de la Legión de Honor, protegió física y psicológicamente a los niños durante 46 horas. Se convirtió en una pantalla entre la encapuchada bomba humana y sus alumnos, de tres y cuatro años de edad. Les contó que el secuestrador formaba parte de un juego.

La estrategia del Gobierno se basó en el principio de proteger ante todo a los niños. En la noche del viernes, el Gobierno estaba dispuesto a entregar los 100 millones de francos (unos, 2.200 millones de pesetas) exigidos por el secuestrador. Ese dinero ya había sido transportado a la escuela. El encapuchado podía intentar escapar, pero sin ningún niño. El fiscal de la república se ofrecía para reemplazar a los niños. Como éste rechazó el canje de rehenes, las negociaciones fueron interrumpidas.

A las 7.30, gracias a una cámara de vídeo que habían logrado introducir en el aula, los también encapuchados hombres del RAID (los comandos de la policía) se dieron cuenta de que se había adormecido. Dos grupos provistos de armas con silenciadores entraron en el aula. Uno comenzó a rescatar a los niños y otro se aproximó al secuestrador. Este se despertó. Tres disparos en la cabeza acabaron con él.

«He olvidado mi jirafa»

J. V. París / El País / 16 de mayo de 1993

 «Tengo que volver a clase; he olvidado mi jirafa». Así reaccionó una niñita de tres años y medio al verse en los brazos de su papá minutos después de haber sido liberada por los comandos de la policía. Otra se asustó al ver a los policías. En el cuento que había construido en su cabeza, ellos eran los «malos» y el secuestrador, «el señor que vino a arreglar la calefacción».

Gracias a la actitud de Laurence Dreyfus, su maestra, los niños secuestrados -una veintena de ambos sexos al principio; seis pequeñas al final- creyeron que la presencia del encapuchado del revólver formaba parte de un nuevo juego.

Los niños tan sólo preguntaban cuando iban a venir sus mamás a recogerles. La maestra les respondía con una admirable sangre fría: «Pronto, pronto». Las dos noches que pasaron secuestrados, los niños durmieron a pierna suelta sobre unas colchonetas, merced a los tranquilizantes que les habían sido introducidos en la comida. Durante las horas solares de las dos jornadas de pesadilla, la maestra no cesó de proponerles las actividades habituales de la clase: dibujo, pintura, cuentos, canciones y trabajos manuales. El secuestrador permanecía en un rincón con la radio, el televisor y el teléfono.

Cuando la policía abatió al secuestrador, con armas provistas de silenciadores, los niños dormían, así que no fueron testigos de la violenta escena. Todos los psiquiatras infantiles consultados ayer por los medios de comunicación coincidían en afirmar que, gracias a la serenidad y el valor de la maestra y a la limpieza» de la actuación policial, los niños no tienen por qué sufrir traumatismos psicológicos.

Laurence Dreyfus, una rubia menuda de 30 años de edad, que este curso ha comenzado a trabajar como enseñante, es la nueva heroína de Francia. Ayer le fue otorgada la Legión de Honor. También la recibió Evelyne Lambert, la capitana del cuerpo médico de los bomberos de París que voluntariamente se incorporó al aula del secuestro en la fase final del mismo.

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