Noche ‘en blanco’ en la Embajada de España en Beirut
JAVIER VALENZUELA, Beirut, El País, 26/04/1986
Los muros de piedra del palacio del emir Chehab tienen casi un metro de espesor, y sin embargo temblaban. No tanto como los cristales, pero temblaban. Los bombazos caían alrededor del palacio de modo irregular durante un eterno cuarto de hora; otros, de cuando en cuando. Eso era lo peor para conciliar el sueño: esa ausencia de orden y concierto. De modo que las personas que lo intentaban sobre las alfombras orientales y los sofás europeos de los salones bajos del palacio se despertaban cada dos por tres. Disparaban maldiciones en árabe, francés, inglés o castellano; también se reían, porque en realidad no sentían miedo, sino sólo fastidio; enhebraban pequeñas conversaciones, y, aprovechando las pausas, lo intentaban de nuevo.
El palacio del emir Chehab es la sede de la Embajada de España en Beirut, y el grupo que había dejado las habitaciones superiores, siempre más inseguras, por los salones bajos estaba compuesto por personal de todo tipo de la representación diplomática y por algunos españoles, a los que el Ministerio de Asuntos Exteriores había evacuado discretamente de Beirut Oeste. La caza al extranjero ha llegado a tal punto en el sector musulmán de la capital libanesa que ni los ciudadanos de países modestos en el concierto de Occidente pueden sentirse seguros allí.
El duelo artillero entre los cristianos del este de Beirut y los musulmanes del oeste había comenzado a la oscurecida del pasado jueves y se prolongó hasta el alba del viernes. Cientos de obuses intercambiaron los contendientes en lo que el diario beirutí L’Orient-Le Jour llamaba ayer «bombardeo nocturno infernal», y Le Reveil, «noche demencial». Y los lectores de ambos periódicos están acostumbrados a las emociones fuertes.
El emir Chehab, un druso que se convirtió por conveniencia al cristianismo, construyó su palacio al modo de un castillete en las colinas de Hadas, a finales del siglo pasado. Ahora eso es Beirut Este y está además muy cerca del extremo meridional de la línea verde. Por decirlo de otro modo, en la línea de tiro de los milicianos del Oeste. Los españoles, que habían salido del sector musulmán para evitar los secuestros, se encontraron con otra modalidad del horror libanés, los bombardeos.
A la mañana siguiente, el palacio Chehab volvía a ser sonriente, con su mirada de águila sobre Beirut, sus palmeras, los perros del embajador Perico Arístegui, que corren por el jardín; las salas sombrías y frescas. Pero en la puerta estaban los vigilantes, con metralletas y lanzacohetes, y en el patio, muy cerca del mástil donde ondea la bandera española, había el pequeño cráter de un proyectil. Fue un consuelo saber que un enfrentamiento artillero que causó un total de entre cinco y nueve muertos y más de 30 heridos sólo rompió algunos cristales del palacio del emir Chehab.
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